En 2005 adquirió el Ayuntamiento de Madrid, con destino al Museo de Historia, el lienzo Baños del Manzanares (Sotillo del Manzanares y el Molino Quemado con unos nadadores) sacado a la venta por una galería de subastas madrileña; en él se representa uno de los sotillos del río Manzanares, situado frente a la Casa de Campo y el camino de Aravaca, junto al camino de El Pardo, en el que aparece especialmente destacado el Molino Quemado, reflejado con claridad en diversos planos de Madrid, comenzando por el de Texeira (1656), y del que aún hoy se conservan restos arqueológicos, que fueron investigados en 2009. El molino es también protagonista de otro lienzo anónimo de la misma época, de la colección Abelló, que presenta evidentes y significativas semejanzas con el del Museo de Historia de Madrid.
A este último se le puso por título “Baños del Manzanares” o “Baños del Manzanares en el paraje del Molino Quemado” teniendo en cuenta no solo los bañistas que figuran en el lienzo, sino que en esa zona del río, con aguas todavía limpias antes de llegar a la zona más próxima a la Villa en la cual abundaban las lavanderas y se vertían residuos de la población, fueron frecuentes los baños públicos, en una tradición continuada hasta los siglos XIX y XX, de la que existen abundantes testimonios que abundan en el tópico literario del escaso caudal del río Manzanares, como la referencia de Luis Vélez de Guevara en El diablo Cojuelo: «el río Manzanares se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él no teniendo agua».
[bctt tweet=»Luis Vélez de Guevara en El diablo Cojuelo: «el río Manzanares se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él no teniendo agua»»]
Sin embargo, en el lienzo no solo hay bañistas; es una recopilación de situaciones diversas, al estilo de algunos lienzos flamencos entre los que podríamos señalar varios de Pieter Brueghel el Viejo (Juegos de niños, El combate entre don Carnal y doña Cuaresma); se representan, con frecuentes toques humorísticos, abundantes escenas que no todas ellas pudieron suceder simultáneamente: varios grupos de personajes merendando; miembros de la nobleza paseando en carrozas: en un par de ellas son visibles los abanicos de las damas. Alguna carroza avanza sobre el cauce del río, lo que nos recuerda el testimonio de Juan de Rhebiner, embajador del emperador Rodolfo II, quien manifestó que el Manzanares era el mejor río de Europa «porque se podía en coche y a caballo ir por medio de él tres y cuatro leguas, sin peligro alguno, gozando de una y otra parte de amenos sotos y verdes alamedas». Parece que era una costumbre extendida; el cardenal Francesco Barberini consignó en su diario, en 1626, refiriéndose a la noche de San Juan: «por el calor que trae la estación y por hacerse la vigilia en esta noche, gran parte de la ciudad y sobre todo las mujeres, va a aquel río Manzanares, al puente Segoviano, y allí gentes del populacho, tanto hombres como mujeres, se lavan entremezclados con poco recato para el servicio del alma. Aquellos otros de condición pasan la velada yendo de arriba abajo, así como entrando con las carrozas en el río para gozar de las locuras de estos».
Hay también porteadores que llevan cestos con avíos para la merienda; en varios lugares se ven botas de vino, copas y varias garrapiñeras o heladeras; barras de pan, obleas, empanadas, embutidos. Algunos trabajadores se dirigen al molino con sacos de trigo. Espadachines en plena reyerta (uno de ellos empuña su espada desnudo) y músicos: uno con un pandero y a su lado, de especial interés, un tañedor de guitarra de raza negra; en esa época fueron muy abundantes los esclavos negros que se dedicaron a la música, así como fue frecuente que hubiese músicos que ofrecían sus servicios en los paseos y meriendas en los alrededores de Madrid. Inmediato a ellos hay un gaitero. Apenas son perceptibles algunos detalles que, sin embargo, tienen especial interés: al lado izquierdo se ve un ciego que se acerca, aparentemente con la cara vendada, precedido de su lazarillo. Debajo de ellos hay un grupo de personajes merendando, con una pareja haciéndose requiebros. Muy cerca, por encima de esta, vemos una escena entre la vegetación, que puede pasar desapercibida: un varón parece cortejar a una dama ricamente vestida; pero esta dama parece, a primera vista, llevar una máscara terrorífica, aunque sus ojos rojos pueden indicar que se trata de un súcubo, una diablesa, aludiendo a las difundidas leyendas de hombres atraídos por mujeres que resultan ser diablos.
El lienzo, anónimo, fue atribuido, con dudas, a Félix Castello (1595-1651), tanto por motivos estilísticos como porque se conocen algunos paisajes atribuidos previamente a este pintor, especialmente un par de lienzos también conservados en el Museo de Historia de Madrid que representan la Casa de Campo y la Torre de la Parada. Como fecha aproximada del lienzo que nos ocupa se propuso la de 1637.
Sin embargo, existe un documento de mediados del siglo XVII que parece referirse a este lienzo y lo atribuye a Pedro Núñez del Valle. Se trata de un inventario de bienes de Andrés de Villarroel, platero de cámara de su Majestad, realizado en 1656 y conservado en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (prot. 6.919, fols. 405-406), que fue publicado por Marcus B. Burke y Peter Cherry. En él se mencionan unos cuantos «cuadros de pintura» de Pedro Núñez; varios de ellos son pinturas religiosas y otros de carácter mitológico. Tras mencionarse «un país que es la fábula de Andrómeda y Perseo», se dice lo siguiente: «Cinco países originales de el dicho, que uno es el Racto de Proserpina y otro el Racto de Denaira, otro el de Europa, otro de Alfeo y Aretusa y otro de el sotillo de Madrid y molino quemado con unos nadadores, todos con marcos dorados»; no se indican las dimensiones, pero a continuación se mencionan otros más pequeños: «Tres paisicos originales del dicho que el maryorcico de ellos es la casa greca en Roma y los dos son unas vaquillas».
Pedro Núñez del Valle, nacido en Madrid hacia 1597 y fallecido también en la Villa en 1649, completó su formación en Italia hacia 1613 y 1614; en Roma fue miembro de la Academia de San Lucas. Allí asimiló tanto las características del estilo caravaggiesco como del clasicismo colorista de los Carracci o de Guido Reni. En 1625 contrajo matrimonio con Ángela Seseña, huérfana de la que fue tutor Alonso Carbonel, el destacado maestro de obras activo en importantes obras relacionadas con la Corona, como la Cárcel de Corte, el Palacio del Buen Retiro, el Palacio de la Zarzuela, la Torre de la Parada o el panteón real en el monasterio de El Escorial.
Ese mismo año Núñez realizó, junto con Juan van der Hamen, Eugenio Cajés y Antonio de Lanchares, una serie de lienzos para el convento de la Merced de Madrid. En 1627, tras el fallecimiento del pintor real Bartolomé González, fue uno de los doce pintores que aspiraron a su plaza; a Velázquez, Carducho y Cajés se les encomendó seleccionar al más adecuado y optaron por Antonio de Lanchares (que falleció poco después), seguido de Félix Castello, Ángelo Nardi y Pedro Núñez. En todo caso, tanto Núñez como otros de los pintores que aspiraron a ese puesto trabajaron a menudo para el monarca en los años siguientes; entre otros encargos, Núñez lo hizo en la ermita de San Juan del Buen Retiro, trabajo que le fue abonado en 1633; en 1637 se encargó, junto con Jusepe Leonardo, Juan de la Corte y Félix Castello, de algunas de las vistas de reales sitios que decoraron la Torre de la Parada. En 1639 pintó dos de los retratos dobles de monarcas para el salón de Comedias del Alcázar madrileño, donde trabajaron también Carducho, Alonso Cano, Jusepe Leonardo, Félix Castello o Francisco Camilo; él realizó los de Enrique I y Alfonso IX y de Felipe III y Felipe IV, que no se conservan; pero convendría investigar si un retrato de Felipe III recientemente donado al Museo del Prado y atribuido a Velázquez podría ser un recorte del segundo de ellos, e incluso compararlo con otro retrato de Felipe IV conservado en el Museo de Historia de Madrid, por si también hubiese formado parte del mismo lienzo.
[bctt tweet=»Núñez del Valle está siendo objeto de revisión en los últimos años; recientemente se le ha atribuido un Noli me tangere conservado en el Museo del Prado»]
Estos encargos son evidencia de que Núñez fue uno de los pintores mejor valorados en su época, como lo es la referencia a él y otros pintores de su entorno en el Laurel de Apolo de Lope de Vega: «Juntos llegaron a la cumbre hermosa / surcando varios mares, / Vicencio [Carducho], Eugenio [Cajés], Núñez y Lanchares, / cuyos raros pinceles / temiera Zeuxis y envidiara Apeles / Cárdenas, Vanderamen, a quien Flora / sustituyó el oficio de la aurora / y con pincel divino Juan Bautista Maino / a quien el arte debe / aquella acción que las figuras mueve».
Sin embargo, mucha de su obra ha permanecido en el anonimato o se ha atribuido a alguno de los pintores de su entorno, como es el caso de la que ahora nos ocupa. Su figura está siendo objeto de revisión en los últimos años; recientemente se le ha atribuido un Noli me tangere conservado en el Museo del Prado, con un interesante paisaje como fondo. Sabemos que Núñez destacó como paisajista; pero apenas se conocen paisajes de su mano, y estos como fondo de la escena principal. De ahí la especial relevancia que, además de por sus propias características, parece adquirir el lienzo de los Baños del Manzanares, de ser correcta la atribución a este pintor.
Baños del Manzanares (Sotillo del Manzanares y el Molino Quemado con unos nadadores).
Óleo sobre lienzo, 157 x 237 cm. Museo de Historia de Madrid, IN 2005/4/1.
Bibliografía
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- Burke, Marcus B.; Cherry, Peter, Collections of Painting in Madrid, 1601–1755, part 2, Los Angeles, Getty Publications, 1997, pp. 533-534.
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- Íd., «Arte y artistas del siglo XVII en la Corte», AEA, 121 (1958), p. 131. | Palomino, Antonio, El Museo Pictórico y escala óptica laureado, Madrid, Aguilar, 1947 (1988), pp. 175-176.
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- Ruiz Gómez, Leticia, «Pedro Núñez del Valle: Nolli me tangere», Boletín del Museo del Prado, 33 (2015), p. 44-51.
Artículo facilitado por: Museo de Historia de Madrid