A mediados del siglo XIX, por una parte de la mano del movimiento romántico y por otra de la visión positivista del mundo, la sociedad volvió la vista a su pasado local con una perspectiva histórica que pretendía alejarse de lo legendario. Esa búsqueda del rigor histórico se apoyaba en el estudio de las fuentes escritas, pero pronto vinieron a sumarse nuevos elementos que narraban la vida del pasado. Objetos cotidianos, obras de arte, restos arqueológicos y artefactos de diversa condición comenzaron a valorarse como testimonios materiales de la historia común de una sociedad. Merecía la pena conservarlos, reunirlos, estudiarlos y, sobre todo, presentarlos al público.

Este proceso, que ahondaba sus raíces en el siglo XVIIII, eclosionará en la segunda mitad del XIX con la generalización en Europa de los museos locales como instituciones con vocación de salvaguarda y protección de su patrimonio histórico entendido como testimonio, e incluso como constructor, de la identidad colectiva de la ciudad.

Madrid no fue ajena a este movimiento, y el papel desempeñado por el Ayuntamiento fue esencial para llevarlo a cabo. De ello han dado cuenta diversas publicaciones basadas en documentación de archivo (Alaminos: 1997; Cayetano: 1986). Pero a través de las noticias recogidas por la prensa de la época se puede rastrear otra mirada, pulsar el sentir que sobre este asunto tenía la ciudad.

Desde épocas remotas el Ayuntamiento había custodiado aquellos documentos y objetos que por una u otra razón consideraba valiosos para la ciudad, en un lugar protegido y separado del resto de papeles y enseres de su propiedad. Con ellos fue formando el llamado Archivo Reservado. Su primer inventario, elaborado en 1827, refleja qué tipos de objetos lo componían: A cuadros, emblemas, estandartes, grabados y diversos objetos artísticos se sumaban medallas, cuños y otros fondos que testimoniaban hechos históricos acontecidos en la ciudad; un tercer grupo lo componían objetos que habían precisado de un control especial, como era la colección de pesas y medidas, que fue esencial para la ciudad del Antiguo Régimen al servir de contraste y dotar de fiabilidad a las mediciones que se realizaban en Madrid.

Desde entonces y hasta los años sesenta del siglo XIX el Archivo Reservado fue creciendo, a la vez que aumentaba el interés ciudadano por los vestigios de su pasado, y así fue germinando la idea de un museo municipal, en la que participó de forma muy activa la prensa escrita.

Algunos eran escépticos sobre la suficiente entidad de esos fondos para formar parte de un museo, como recoge de manera burlesca La España (13-8-1859) con una supuesta noticia en la que exagera hasta el absurdo la formación de un museo de historia de la ciudad que reunirá desde fragmentos de empedrados hasta funcionarios disecados. Otros se hacían eco con mucho interés del proyecto de investigación iniciado en París sobre la historia de la ciudad que dará lugar a la formación del museo municipal del palacio del Carnavalet (El Imparcial 22-4-1867, El Diario Oficial de Avisos, 10-8-1867 o La Correspondencia de España, 17-8-1867, entre otros).

Durante esos años, nuevos objetos se fueron incorporando al Archivo Reservado, que aún no tenía entidad institucional y formaba parte del Archivo General (Archivo de Villa), con el que compartía espacio físico. Junto a él sufrió varios traslados, dentro de la Casa de la Villa y a la Casa de la Panadería. En 1869, debido a un nuevo traslado dentro de la Casa de la Panadería, se actualizó su inventario y se propuso por primera vez crear un Museo y Biblioteca Municipales “en honra del Ayuntamiento Popular de Madrid” (Cayetano, 1986:16). Se elaboró un plan de trabajo con nuevos inventarios de objetos susceptibles de formar parte de él y se le concedió un espacio en la Casa de la Panadería.

Aunque corrían aires favorables para este museo entendido como centro de investigación y difusión de la historia madrileña, el proyecto no acababa de materializarse. En 1881 un nuevo impulso llegó de la mano de los actos de celebración del segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca. Según recoge El Liberal (19-1-1881), el acontecimiento suponía una buena oportunidad para la creación del museo local al estilo de los que se estaban fundando en otras capitales europeas y que podría tener el nombre de Calderón de la Barca en homenaje al escritor. De esta propuesta se hacían eco también La Iberia (20-01-1881) y la propia Comisión del evento, que solicitó a todas las instituciones que hubiesen producido medallas, grabados o libros, que entregasen un ejemplar de cada objeto para su incorporación al museo municipal que había de crearse (El Fígaro, El Globo, La Iberia, El Imparcial, 11-06-1881).

Durante las décadas siguientes continuará el lento caminar hacia la creación del museo. Aunque las seculares dificultades económicas del Ayuntamiento de Madrid y su inveterada demora para la consecución de proyectos dificultaban la inauguración del museo, sus fondos, todavía en manos del Archivo Reservado, iban creciendo con nuevas fórmulas de ingreso. En 1882 el Ayuntamiento propuso la incorporación de algunos objetos requisados a los matuteros que tantos quebraderos de cabeza daban a los responsables de los fielatos, según recogen el Diario oficial de Avisos o El Debate (5-10-1882). El Día, que también se hizo eco de la noticia, elaboró en tono jocoso una disparatada lista con fondos que, fruto de estas requisas, podrían enriquecer el museo. Más allá de la simple chanza, la lista revela un interesante debate, aún hoy sin resolver, sobre aquello que es considerado objeto de museo. ¿Qué artefactos, bienes, enseres o como se quieran denominar tienen una carga histórica, artística o testimonial suficiente para ser recuperados, protegidos y estudiados; en definitiva, para pertenecer al selecto grupo de bienes que forman parte de un museo?

Al margen de estas reflexiones museológicas, el Ayuntamiento siguió recuperando para la memoria de la ciudad diversos elementos. En 1884 se integraron en ese museo aún no nacido algunos objetos procedentes del Teatro de la Cruz, a la vez que se recogieron otros bienes procedentes de diversas dependencias municipales (Diario de Avisos, La Correspondencia, 26-02-1884). Mientras, en los plenos municipales se seguía mencionando la necesidad de dotar al museo, proponiendo nuevas sedes, como la Casa de la Villa. La prensa lo suscribe celebrando el proyecto y evocando los casos de otras ciudades que ya cuentan o tienen proyectados museos locales (El Liberal 3-12-1885, La Ilustración Ibérica 4-2- 1888 o La Época 25-3-1888).

Especial interés para la reconstrucción de esta historia tiene un artículo de Manuel Mesonero Romanos publicado en El Imparcial (9-4-1988). El hijo del célebre cronista de Madrid mencionaba el proyecto de su padre para la creación de un museo como complemento de la biblioteca que había donado al Ayuntamiento y que se había inaugurado poco antes. Lamentándose de que las consecutivas corporaciones municipales no hubiesen sido capaces de proteger el patrimonio histórico, proponía que se reparase esta dejación reuniendo los objetos que se conservaban en el Archivo y en el Almacén General de la Villa, así como aquellos “que yacen arrumbados en los distintos edificios de su propiedad [municipal]”. Entre otros menciona las armas usadas por los madrileños el 2 de mayo de 1808, estandartes de las milicias nacionales, tallas religiosas, medallas, relicarios, planos históricos, pesas y medidas, bienes procedentes del Teatro Español… Además de estos fondos de propiedad municipal, conservados con mayor o menor cuidado, propuso la incorporación de restos arqueológicos procedentes de obras y demoliciones, lo que otorgaba por primera vez al Ayuntamiento un papel activo en la salvaguarda de su patrimonio arqueológico y arquitectónico. Su propuesta se completaba con la formación de una galería de retratos de alcaldes y madrileños ilustres.

La intención final del proyecto era conceder una “[…] especie de desagravio a las tradiciones de un pueblo que aparte de su importancia como centro de la nacionalidad patria, tiene anales propios gloriosísimos, con lo cual, en último término, había de alcanzar no poco provecho la historia, el arte y la administración la capital de España”.

El proyecto tuvo una acogida favorable en la corporación municipal, y se dispuso que se inaugurara en el Salón de Columnas de la Casa de la Villa un museo para exhibir, de momento, los objetos de propiedad municipal (El Pabellón Nacional, 6-9-1888), disposición que no se debió de llevar a cabo inmediatamente, porque se repetirá con diversos matices en los años siguientes (El Globo 18-11-1903, entre otros). Hasta que en 1904 se creó en el Archivo una pequeña instalación museográfica en la que se exhibían entre otros objetos el fuero de Madrid, llaves de los viajes de agua, medallas y monedas. Esta noticia, recogida por El Día (18-2-1904) animaba a los particulares para que cediesen objetos de su propiedad.

Mientras poco a poco se iba gestando el museo, el Ayuntamiento comenzaba tímidamente a hacerse cargo de la protección del patrimonio de la ciudad, con la recuperación de los sepulcros del convento de La Latina recientemente demolido (La Época 20-4-1891). Aunque su papel no debió de ser lo suficientemente activo, como denunciaba Jacinto Alcántara en El Imparcial (18-8-1907) donde lamentaba la destrucción de la Puerta de San Vicente y que los restos de algunas fuentes monumentales se arrumbasen en un estercolero a las afueras de la ciudad. Proponía que se llevase a cabo un depósito ordenado de esos restos, que en un futuro podrían formar parte del museo municipal.

La celebración del centenario del Dos de Mayo supuso un nuevo impulso a la creación del museo. Se exhibieron por primera vez en el Museo Arqueológico Nacional las armas del pueblo de Madrid conservadas en el Archivo Reservado (La Época: 14-5-1908). Y un año más tarde el ayuntamiento daba un respaldo económico al museo con una dotación de 5.000 pesetas (La Época: 22-12-1909).

Aún hubo titubeos en la elección de su sede; el Eco de la Construcción (15-2-1910) sugirió El Retiro. Cinco años más tarde la prensa mencionaba que se estaba instalando en la Segunda Casa Consistorial (El Globo, La Época 7-7-1915). Ese mismo año el Ayuntamiento se decidía por la dehesa de la Arganzuela, donde iba a instalar la portada monumental del Palacio de Oñate recién derribado (La Época 14-10-1915, El Globo: 25-10-1915- La Mañana 30-10-1915), propuesta a la que se opusieron personajes como Mariano de Cavia o Répide (El Imparcial, 20-10-1915).

Entre tanto, la pequeña instalación museográfica de la Casa de la Villa y el Archivo Reservado mantenían su lánguido funcionamiento e incorporaban nuevos fondos (El Imparcial 18-6-1916). De ellos da cuenta la prensa local, en ocasiones con algún atisbo de humor amargo, como el artículo de Mariano de Cavia que pronosticaba que el museo “dentro de seiscientos o setecientos años eclipsará la pintoresca riqueza del que posee la ciudad de París” (El Imparcial: 4-5-1917). En otros se destacaba que, pese al escaso apoyo de la corporación, “la tenacidad y amor al arte de algunos cuantos empleados del Ayuntamiento madrileño va formando [la colección] a fuerza de trabajos y desvelos” (La Época 16-2-1924).

Esta labor y los comentarios de la prensa impulsaron el interés de la corporación madrileña, que incrementó la colección con compras de obras de arte (El Globo, 19-3-1923), con la preparación de la galería de retratos de alcaldes (La Acción 16-6-1919) o con la incorporación de objetos de carácter institucional. Y sobre todo con la formación de la colección arqueológica fruto de los trabajos de investigadores, principalmente de Pérez de Barradas, que tendrá una dotación económica especial para su estudio y catalogación con motivo de la celebración en Madrid del Congreso Geológico Internacional de 1925 (Madrid científico, 1925).

Así pues, en los primeros veinte años del siglo XX ya existía de hecho el museo, aún sin sede. En 1924 el Ayuntamiento publicó el primer número de la Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo; como reseñó Francisco Alcántara en El Sol, (19-02-1924), el museo era, de las tres instituciones, la de formación más reciente y menos conocida.

En aquellos momentos entraron en juego otros dos componentes que serían definitivos para la formación del Museo Municipal: la recuperación del Hospicio de San Fernando y la celebración de la Exposición del Antiguo Madrid.

En 1923 la Sociedad de Amigos del Arte entró en contacto con el Ayuntamiento con motivo de la preparación de una exposición sobre la historia de la ciudad (La Correspondencia de España, La Libertad, 30 y 31-10-1923); en sucesivas visitas al museo y al archivo se seleccionaron los fondos que habían de participar en la muestra. La exposición, de considerable entidad, contaba con fondos de los principales museos, instituciones y colecciones particulares, aunque aún contaba con una sede.

En Madrid se produjo un animado debate sobre el destino del antiguo Hospicio, levantado a principios del siglo XVIII con una portada de Pedro de Ribera, castizo icono del barroco tardío madrileño. El edificio, propiedad de la Diputación Provincial, se encontraba en estado ruinoso y se preveía su demolición para destinar su amplio solar a la construcción de viviendas. A los próceres amantes del “progreso”, partidarios de la demolición, se enfrentaron intelectuales, instituciones culturales y académicas y vecinos. Como se resumió en La Voz (4-6-1924), la prensa participó de forma muy activa en este vehemente debate, que pese a su interés excede de nuestro propósito en este trabajo.

Cartel Publicitario de la exposición El Antiguo Madrid. Cromolitografía. IN 2013/8/1 Depósito del Museo de los Orígenes. CE1974/124/5047

Cartel Publicitario de la exposición El Antiguo Madrid. Cromolitografía. IN 2013/8/1
Depósito del Museo de los Orígenes. CE1974/124/5047

Finalmente el Ayuntamiento, haciéndose partícipe de la sensibilidad popular, compró el solar, rehabilitó la parte del complejo que no había sido derribada y dedicó el resto a espacio público. Pero inicialmente no se había decidido cuál sería la nueva función del inmueble; se barajaron varias propuestas, entre ellas la instalación del Museo del Traje; fue, sin duda, un acierto, que se decidiese celebrar en el edificio, restaurado por el arquitecto municipal Luis Bellido (La Época, 8-7-1926, El Sol, 9-7-1926) la exposición de El antiguo Madrid (La Época, 12-11-1925), inaugurada el 21 de diciembre de 1926 (La Época, 21-12-1926, La Libertad, 22-12-1926). El Liberal (21-10-1926) se había referido a ella como “el vivero del futuro Museo Municipal”. El destino del Hospicio quedaba así marcado; durante los inmediatos años siguientes se trasladaron a él los fondos del antiguo Archivo Reservado y el 10 de junio de 1929 fue inaugurado el Museo Municipal (hoy Museo de Historia de Madrid), que durante muchos años compartiría espacio con la Biblioteca Municipal, inicialmente bajo la dirección de Manuel Machado.

Bibliografía

AGULLÓ, C. (1981): El antiguo hospicio. Gaceta del museo municipal, nº 2. 2-3.
ALAMINOS, E. (1997): Actas del Patronato de la comisión ejecutiva del Museo Municipal. Madrid. Ayuntamiento de Madrid.
CAYETANO, C. (1986): Génesis del Museo Municipal de Madrid. Villa de Madrid, nº 88. 11-28.
SOCIEDAD ESPAÑOLA DE AMIGOS DEL ARTE (2926): Exposición del Antiguo Madrid: catálogo general ilustrado. Madrid.

 

*Imagen de cabecera: Tarjeta postal. Hauser y Menet, Museo municipal de Madrid. ca 1926. IN 24859
El edificio del hospicio recién rehabilitado con el cartel de la exposición El Antiguo Madrid a ambos lados de la entrada.


Artículo facilitado por: Museo de Historia de Madrid

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